¡GRACIAS!

lunes, 2 de marzo de 2015

¿Estarás?

Y aún que no estés la luna sale a pasear cada noche y el sol viene a recogerla de madrugada. Y aún que no estés odio los lunes y desespero los domingos de otoño, busco un poco de cobijo en los días lluviosos, y saco mi mejor traje al calor de los rayos y truenos que pasan por mi cabeza dejando un largo rastro de cenizas que ya no reviven al ave fénix. Y aún que no estés los niños salen de clase a las dos y media y la comida está en la mesa a las tres. Los perros ladran a los desconocidos y las lagartijas dejan su cola para salvar la vida, y es un sacrificio en toda regla desprenderse de una parte de tu cuerpo para poder seguir con tu camino. Y aún que no estés resuelvo las ecuaciones de matemáticas aún que para mi, la mayoría ya no tienen solución, y es una simple suma de x e y solo que cada incógnita pasa a un lado del igual, diviéndose así para llegar a resultados lejanos y completamente diferentes. Y aún que no estés estalla una bomba en Amsterdam, mientras que en América nace un bebé. Y aún que no estés sigo amando los deportes aún que ya he dejado los de riesgo, quererte se había convertido en algo extremo. Lo que no he dejado es esa manía de morder los lápices ajenos marcando así la huella de mi constancia. Y aún que no estés se siguen contruyendo edificios y continuan cayendo murallas. Y no estás, pero estuviste, y dime, ¿estarás para poder disfrutar de todo esto juntos?

jueves, 11 de septiembre de 2014

Me han dicho que estás bien.

Hoy me han hablado de ti. Me han contado que estás con una chica. Os han visto juntos y parece que eres feliz, que le dices su nombre y cuando te responde le susurras un 'te quiero' al oído, dicen que vuestros dedos entrelazados encajan a la perfección, que la abrazas por la espalda y le muerdes la mejilla como hacías conmigo, no sé si ella sonreirá como yo lo hacía o si te dará un leve puñetazo en el hombro para que separes tus dientes de su piel. Me han dicho que es una buena chica, que ya la conoces desde hace tiempo y por eso me pregunto por qué nunca me has hablado de ella, o tan siquiera mencionado su nombre. Es guapa, ojos castaños, piel morena y un metro sesenta y siete, sonrisa amplia, dientes blancos, perfectos y labios rojos. La primera vez que os vi ella llevaba puesta tu sudadera negra, la de el círculo amarillo en el centro y unas cuantas palabras en inglés que no recuerdo bien cuales eran, las mangas le quedaban largas y la prenda caía casi hasta sus rodillas. No me acuerdo la hora exacta en la cuál posaste tus ojos sobre los míos y levantaste levemente la mano en forma de cordial saludo, claro que me gustó que me saludaras aún que hubiera preferido que no lo hicieras por el simple hecho de que cuando no saludas a una persona a la que anteriormente has besado, o querido, es porque tienes algo pendiente con ella, y por ese mismo motivo yo me he quedado inmóvil, observando como apartabas la vista, la cogías de la mano y seguíais andando.

Me han dicho que estás bien. Me he quedado con la duda de preguntarles si la besas despacio, como saboreando cada milímetro de su boca, si sonríes cuando separas tus labios de los suyos o... si te confundes de nombre cuando la llamas.

Les he dicho que yo tambíen estoy bien.

lunes, 18 de agosto de 2014

¿Y las perdices de los cuentos?

El verano, un helado, una buen película, una romántia tarde, un abrazo, un beso apasionado, un suspiro, un camino, una tormenta... Todo, todo tiene final, finales tristes, esperados, alegres, repentinos... Pero finales al fin y al cabo. Mi final, y el tuyo; diría el nuestro pero nunca hubo un nosotros y me he prometido contar esto sin decir una mentira o algo que no sea del todo cierto. Ese dichoso final del que te hablo es el causante de que no pueda querer a otro como te he querido a ti, y te quiero, pese a todo. Y es el recuerdo el que me impide mirar a una persona fijamente a los ojos por el miedo de ver en ellos un brillo semejante al tuyo. Por miedo de torcer la boca en forma de media sonrisa como cuando tú lo hacías cuando me acercaba, o como cuando terminabas de separar tus labios de los míos y mantenías mi cara agarrada con tus manos impidiendo que me alejara a más de dos centímetros de ti. Y es que no quiero recordar momentos en cada carta que te escribo, pero acabo haciéndolo, y esta es la carta número veinticinco que no acabo por enviar, y que guardo doblada en foma de corazón al final del primer estante donde aún reposa el marco azul, pero sin foto, me he ahorrado ese sufrimiento, el de tener que verte cada noche dibujado en un papel de fotógrafía barato. Baratos eran los ratos a tu lado, aún que ahora a mi corazón le han costado mucho, no lo digo por el dinero que me gasto en pañuelos para que se suene cuando está resfriado, ya que ahora ahí dentro pasa mucho frío porque ya no tiene tu calor, solo quedan cenizas de una llama a la que repentinamente le han echado un cubo de agua frío por encima. Y así fue nuestro final, como el de esa llama, frío y repentino.

viernes, 8 de agosto de 2014

Carta de despedida.

Te he dicho que te quiero, te lo he susurrado, gritado, y llorado. Te he besado en todas las estaciones del año, en parques, playas y montañas. Te he acariciado, tocado, y abrazado. Contigo disfruté como con nadie, lloré riendo, pero que todo esto se vino abajo cuando en mis lloros ya no había risas, cuando mis palabras se fueron haciendo amargas y la palabra amargura no viene del verbo amar. Me di cuenta de que ya no te quiero. Lo hice cuando mis besos eran cortos y separaba mis labios al instante de los tuyos, cuando no me estremecía al notar las yemas de tus dedos por debajo de mi ropa, cuando me costaba susurrar te quiero, o cuando no esperaba tus mensajes con tanta ansia como lo hacía antes. Ahora estamos en igualdad de condiciones, ni yo te quiero ni tú me quieres a mi, en realidad tú nunca lo has hecho. Pero no te escribo para hablar de ti, ni de nosotros, porque ya no existe un nosotros, o quizá nunca existió y fue algo que yo me inventé para creerme esta mentira, o 'relación' como me gustaba llamarla, te escribo para hablarte de mí, de que ya he recogido las películas de amor que tenía en el salón de tu casa, y ya me he llevado el marco rosa que tenías en tu habtación, la foto la he tirado, el marco lo quiero para tener algo que me recuerde a ti cuando ya haya olvidado tu nombre y la dirección de tu casa. Me costará unos días borrar tu olor de mis sábanas y tu recuerdo de mi mente, pero como ya te he dicho, es cuestión de tiempo que aparezca alguien que me haga sentir lo mismo que tú, pero tranquilo, esta carta solo es para ti, espero que cuando ese alguien llegue lo haga para quedarse, o para evitar que me vaya yo.

Solo quería decirte que no sabré si me extrañarás, que no sabré si me pensarás, pero lo que tengo muy claro es que no encontrarás a nadie que te quiera como lo hice yo.

jueves, 7 de agosto de 2014

Voy a por tabaco.

 


                        




                      


                               
Me despierto, estiro el brazo, y te toco, noto como tu cuerpo se hincha y desincha al ritmo de tu respiración, miro la hora y compruebo que soy fiel a mis costumbres que son las tres de la mañana y que vuelvo a desvelarme por miedo a que no estés. Me quedo así unos minutos hasta que el sueño vuelve a mi y cierro los ojos, sabiendo que tú estás a mi lado. El despertador suena a las nueve y cuarto, el olor a café inunda mis sentidos, sigo su rastro hasta la cocina como un perro hambriento detrás de un hueso fresco. Te veo sentado al frente de la mesa masticando una tostada y con la vista pegada al televisor, me miras entrar y casi no te fijas en mi, sonrío como puedo y mientras caliento la leche en el microondas te observo de reojo, sigues impasible, como si por el umbral de la puerta hubiera entrado un desconocido. Llevamos así más de cinco meses, ya no me mandas mensajes en el trabajo, ya no me dices que me quieres, ya no te molestas en hacerme el desayuno cada mañana, ya no eres tú. Desayunamos en silencio, con la compañía de la mujer rubia que da las noticias de la mañana. Me levanto para irme al trabajo, o irme directamente, saco un bloc de notas del bolso, cojo un bolígrafo de encima de la mesa y escribo en letras grandes, 'voy a por tabaco' lo pego en la nevera y salgo de casa, sin llaves.

 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Te prometo que esperaría tu respuesta.





Te escribiría y te hablaría sobre mi vida, sobre lo maravillosa que es sin ti. Sobre lo bien que me lo paso con otros chicos. Te contaría que ya no me viene tu nombre a la cabeza cada vez que pestañeo, que no me acuerdo de ti, ni de tus palabras, que eres un vago recuerdo, sin importancia. Te preguntaría sobre ti y me interesaría por como te va la vida, si fuiste capaz de olvidarme, o si alguna vez me recordaste. Narraría viejas anécdotas que vivimos juntos, sí, en ese pequeño lapsus de tiempo en el que nos encontramos y empezamos a caminar juntos por la vida, como cuando te encuentras con un desconocido en un paso de peatones y cruzas junto a él la carretera, y al final cada uno coge un camino diferente y no os volvéis a encontrar. Finalmente te diría que te he mentido en todo. Que has cruzado la calle antes que yo, que he intentado alcanzarte cuando estabas llegando a la otra acera, pero que el semáforo se me ha puesto en rojo y que he tenido que dejarte ir.

Esperaría tu respuesta.

Si te hubiera escrito, créeme que esperaría tu respuesta.

Los domingos



No me gustan los lunes porque ya ha pasado el domingo, domingos de invierno, fríos y con la compañía de una manta cuyo calor no es equivalente al que tú me dabas. Domingos rotos de tristeza, casi tan rotos como yo, ellos mueren al final del día, y yo, les miro caer. Les susurro por lo bajo que pronto nos volveremos a ver, que no se preocupen que no no me dejan sola, tengo una manta, y tu recuerdo. Se van y mi reloj marca las doce. Llegan los lunes y con ellos la monotonía de despertarme y no ver un mensaje tuyo. Quiero contarte que los lunes son peores que los domingos, ellos no me permiten acurrucarme en sus regazos como tú lo hacías, tampoco me besan cariñosamente. Pero los lunes se quedan más tiempo en mi vida del que tú te has quedado, y se van, pero vuelven cada semana y estoy tranquila porque cuando me dicen adiós se que es un hasta luego. Recuerdo tu adiós, frío como un domingo sin manta, o como un bloque de hielo recién sacado del congelador. Tan frío que quemaba. Supe al instante que no era un hasta luego, era un adiós como el que le dices a tus compañeros de campamento con la esperanza de seguir siendo amigos después de despediros y marcharos cada uno a su ciudad. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, yo, pienso que lo último que se pierde es el recuerdo.